Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 4 de octubre de 1869
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Noguero, Joarizti, Paul, Orense, Sorní, Figueras
Número y páginas del Diario de Sesiones: 131, 3.828 a 3.833
Tema: Suspensión de las garantías constitucionales

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Señores Diputados cuanto más considero la situación que estamos atravesando, cuanto más veo lo que aquí pasa, y oigo lo que aquí se dice, mayor es mi asombro, más grande mi extrañeza. Suponen los señores republicanos que se sientan allí enfrente que yo los tengo odio, que siento hacia ellos rencor, que los ataco violentamente, y que ayer llevé mis censuras hasta la procacidad. Yo hago juez a las Cortes Constituyentes de lo que ayer ocurrió aquí. Yo no ataqué al partido republicano: a quien ataqué fue a la demagogia, que está cometiendo excesos por todas partes; yo ataqué a la demagogia, que tiene a este país en un estado que nos avergüenza. Porque ha llegado crearse una situación tal con las ideas demagógicas, que muchas familias, creyendo imposible vivir dignamente en sus pueblos, lo digo para sonrojo de los hombres honrados y leales; hay muchas. familias que, no pudiendo vivir bajo el Imperio de los derechos individuales de la manera que los entiende y los predica la demagogia, que no pudiendo vivir bajo la Constitución democrática de 1869, quieren abandonar nuestra Patria para ir a vivir al imperio de Marruecos. (Bien, bien). Yo, como hombre honrado, me avergüenzo; como liberal, me sonrojo; y como hombre de gobierno, me metería en el más ignorado rincón si este estado continuara.

Si, todavía creen algunas familias que es necesario marchar a buscar el reposo que en este país les falta al África, al imperio de Marruecos, podrá decirse, no lo que desgraciadamente se dijo, de que el África empezaba en los Pirineos, sino que empieza en los Pirineos y acaba en el estrecho de Gibraltar.

Recuerden los Sres. Diputados mis argumentos de ayer; recuerden que en todas las razones que expuse, que en todas las ideas que emití, solo ataqué a la demagogia, solo ataqué a los que hacen que este país se encuentre en el estado en que no puede continuar. ¿Hacen suyos sus señorías los ataques que ayer dirigí? Tanto peor para ellos porque se hacen demagogos y no republicanos. No; ninguno de mis ataques de ayer fueron dirigidos a vosotros los republicanos que queréis la legalidad. ¿Por qué os quejáis? ¿Por qué os dirigís a mí con palabras que no sólo son indignas de este sitio, sino que ni pueden emplearse entre gentes bien criadas? (El Sr. Figueras pide la palabra.) No, Sr. Figueras; no me dirigía a V. S., que siempre emplea formas delicadas; me refería a otro, Sr. Diputado cuyo nombre no quiero recordar (El Sr. Sorní pide la palabra) porque yo no designo a los Sres. Diputados por su nombre sino para cosas agradables, jamás para vituperarlos.

Señores Diputados, si dureza hubo en mis argumentos, no estaba la dureza en las palabras; estaba en los hechos que yo censuraba, estaba en los desmanes que combatía. ¿Cómo se han de calificar hechos tan graves, actos tan punibles, procedimientos tan terribles como los que acontecen? Échense la culpa S. SS., si es que están con los que los cometen; y si no échenla a los que los ejecutan, no a las palabras; que no es posible explicar en palabras suaves hechos terribles que nos denigrarán ante a historia, y que nos denigran hoy ante las naciones cultas.

Yo, ni ayer, ni nunca, he faltado a las consideraciones personales que se deben a los Sres. Diputados que se sientan en los bancos de enfrente. Hoy, a falta. de razones, se me ha faltado personalmente. Yo no quiero convertir este sitio en un sitio que es propio para ciertas luchas, y no para debates como los que aquí deben tener lugar; porque apelar a palabras no convenientes cuando faltan razones sólidas, es convertir las discusiones de una asamblea en riñas de mujeres de plazuela; y yo no quiero ascender nunca a este terreno.

Conste, pues, Sres. Diputados, que yo ayer no dirigí ataques a los señores de enfrente. Ayer les preguntaba yo a los señores republicanos: ¿estáis dentro de la legalidad? Venís a representar vuestra misión? ¿Estáis ocupando dignamente el puesto que debéis ocupar, el puesto de legisladores? Pues entonces el Gobierno discute con vosotros con gusto y os contestará a todo: preguntad, discutid, acusad; el Gobierno, no sólo contestará y discutirá gustoso con vosotros, sino con gusto se someterá a vuestro fallo. ¿Estáis con los demagogos que tienen perdido al a país? ¿Ayudáis a los que, teniendo abiertas las puertas de la tribuna y de la prensa, y libre el uso de los derechos individuales, apelan a la fuerza sin embargo? Pues entonces no sois hombres de ley, sois rebeldes, sois facciosos el Gobierno no discute ni contesta, porque a los facciosos sólo se los contesta a tiros (El Sr. Orense: Está en la manera de decirlo.) No está en la manera de decirlo. (E Sr. García López: S. S. nos llama facciosos.) Yo no he llamado a S. S. faccioso; digo que lo son aquellos que se ponen fuera de las leyes.

Pero se me dirá: ¿y por qué hacías esas preguntas ¿Por qué tienes la duda de si somos Diputados legales o rebeldes? Voy a expresar francamente la razón por la que he creído deber haceros esa pregunta sin que por eso os ofenda.

Aparece primero una proclama dada por la Junta revolucionaria de Barcelona, que sirve de bandera, a la insurrección, y aparece firmada por dos miembros de la minoría republicana. La proclama; circula, la proclama produce su efecto, y además uno de los que figuran como firmantes de ella, aparece domo director o jefe de la insurrección. El Gobierno, sin hacer grandes esfuerzos debía creer que los Diputados que figuraban como firmantes tomaban parte en la insurrección, puesto que su nombre aparecía al pie de aquella proclama. Pero unos de esos Sres. Diputados que está sentado en esos escaños, al menos lo estaba hace pocos días (Un Sr. Diputado: Está aquí.) Pues bien, uno de esos Sres. Diputados, se levanta y dice: "yo no he firmado esa proclama; esa proclama no es mía." Sea, enhorabuena, Sres. Diputados; hemos sacado algo, y debe constar que S. S. rechaza la felonía que con él han cometido poniendo su nombre al pie de ese documento. ¿Le han puesto los que se hallan con las armas en la mano.? Pues han abusado del nombre de S. S., y son unos falsarios.¿No le han puesto esos Señores? ¿Lo han puesto otros? Pues esos son unos infames, son unos [3828] criminales, y yo me alegro, de que lo reconozca así; puesto que lo reconoce así desde el momento, en que dice: yo no tengo nada que ver con esa proclama. Los que han abusado así de su nombre, son unos falsarios, unos criminales: S. S. lo ha dicho.

Debo añadir... Parece que el Sr. Orense no aprueba esas calificaciones. ¿Pues cómo: se llaman los que ponen la firma de uno, sin. su consentimiento, en un documento? (El Sr. Orense: Aquí no hay, firma.) La proclama aparecía suscrita por ese Sr. Diputado.(El Sr. Orense: Eso es un impreso.) Además de este, hay otros hechos; y a la verdad que es grande la desgracia que hay con los nombres de los Sres. Diputados republicanos.

Hay otro Sr. Diputado que se ha levantado en armas en una parte de Andalucía, el Sr. Paul, y en la proclama que da ese Sr. Diputado republicano federal también hace mérito de sus compañeros de diputación.

El otro Diputado republicano federal que se ha levantado en armas en Cataluña, que es jefe de una de las partidas de Cataluña, el Sr. Joarizti, también dice en su proclama que lo hace, obedeciendo a inspiraciones de sus compañeros de diputación. Y el Sr. Noguero, Diputado republicano federal, que se ha levantado también en armas en Aragón, dice que lo ha hecho inspirado y obedeciendo a sus compañeros los Diputados republicanos federales. (Varios Sres. Diputados de la izquierda: Es inexacto: ¿dónde está el documento en que se dice eso?)

El Sr. VICEPRESIDENTE (García Gómez de la Serna): Orden.

El Sr. Ministro de la GOBERNACION(Sagasta): Dice más el Sr. Noguero: el Sr. Noguero ha dicho en todas las poblaciones donde ha estado que él ha levantado su pueblo y los pueblos inmediatos, porque en Lérida hubo una junta de 17 Diputados republicanos federales, en la que, se habían juramentado y comprometido a marchar a sus respectivas, provincias a levantar con su influencia y con sus medios toda la gente que pudieran, y que él había ido a su país, en cumplimiento de ese juramento, a levantar la parte que pudiese del país.

Y ahora que hablo de la junta de Diputados republicanos federales de Lérida, compañeros de los que se sientan enfrente; y ahora que hablo de esa junta, bueno será que sepa el Congreso y que sepa el país hasta dónde ha llevado el Gobierno su respeto a los derechos individuales, y hasta, qué punto son criminales los que pretextando en el Gobierno la falta de cumplimiento a las leyes y a la Constitución del Estado), se levantan rebeldes en armas para atacar la Constitución del Estado y para atacar al Gobierno; y más que para atacar la Constitución del Estado y para atacar al Gobierno, para atacar, ¿sabéis qué? a las Cortes Constituyentes.

Señores, el Gobierno tuvo noticia de esa reunión de Diputados republicanos federales en Lérida en el mismo momento en que se estaba verificando: en aquel mismo instante se nos decía: "La reunión tiene este objeto; la celebran a puertas cerradas. " Y por cierto que también acudió a ella alguno que acababa de salir de Madrid y de tener conferencias con los que están aquí, lo cual no tiene nada de particular. Pues bien, el Gobierno sabia que estaban reunidos esos Diputados; el Gobierno sabía de lo que estaban tratando; el Gobierno sabía que estaban juramentándose; y habiéndole consultado la autoridad si convendría impedir que salieran a sus provincias a levantar la bandera de la insurrección, el Gobierno le preguntó: ¿hay pruebas para poderlo demostrar enseguida? Y dijo la autoridad: "No." " Pues entonces, dejen ustedes que vayan a hacer lo que piensan."

Pues no sólo tenía el Gobierno este dato; sino que al mismo tiempo, en Sariñena, uno de los pueblos que se han levantado, había un republicano federal que estaba esperando recibir la orden para levantar o no el país, la junta de Lérida: de manera, que lo que sabía el Gobierno de Sariñena era una confirmación, de lo que estaba pasando en Lérida. Pues bien, el Gobierno; que tenía noticia de la conspiración, que estaban tramando esos Diputados republicanos federales; el Gobierno, que sabía que había comisionados en otros puntos esperando recibir las órdenes que emanaban de la junta de Lérida para levantarse en armas; el Gobierno fue tan respetuoso, de los derechos individuales, y acató tanto la inviolabilidad de los Sres. Diputados, que viendo que conspiraban, se cruzó de brazos y dijo: "qué levanten la insurrección, que después él sabrá lo que ha de hacer. "

Es más, Sres. Diputados. El Gobierno ha estado viendo conspirar, y conspirar de mala manera, porque debo declarar aquí que son unos conspiradores muy imbéciles puesto, que no sólo han descubierto la conspiración en todas partes, sino que han venido anunciándola en los periódicos, como saben todos los Sres. Diputados; toda vez que en ellos se leía: "Es preciso comprar armas y municiones inmediatamente, que pronto vamos, a ir a la lucha, " Y el Gobierno sabía que en efecto se conspiraba y que las armas y municiones que se estaban, comprando eran para enarbolar el estandarte de la insurrección. El Gobierno ha estado viendo conspirar de mala manera; haciendo alarde de ello el Diputado Sr. Paul, reuniendo gente todos los días en su bodega, en la bodega que tiene en Jerez, que sin duda es el sitio que les corresponde en donde deben estar todos esos; y allí se han reunido se les ha juramentado y se les ha designado el país donde habían de acudir para la insurrección; lo mismo ni más ni menos que estaba haciendo el Sr. Salvoechea; y el Gobierno, sin embargo, les ha dejado obrar, y ha dicho: "Puesto que no tengo pruebas inmediatas para cogerlos, vamos a dejarlos: que lleven a cabo su propósito, y después les combatiremos."

Señores, ¿se puede llevar más adelante el respeto a la legalidad y el acatamiento a los derechos individuales? Pues aún hay más, señores: se venían aquí fraguando a la vez dos conspiraciones. Caminaban estas dos conspiraciones paralelamente, aunque con distintas, tendencias al parecer, pero que se ayudaban lo que podían. Estas conspiraciones eran la carlista y la isabelina. Pues bien, señores Diputados, las dos contaban con medios, las dos contaban con grandes recursos, las dos contaban, sobre todo, con grandes esperanzas. Estas dos conspiraciones eran de distinto carácter: la una tenía como base el pueblo, y como parte auxiliar buscaba al ejército; mientras que la otra, la isabelina, buscaba como base parte del ejército, y como auxiliar, claro está, a parte del pueblo. Sólo con que yo haga notar a los Sres. Diputados el carácter diferente de estas dos conspiraciones, comprenderán fácilmente por qué ha podido estallar la una y no ha podido estallar la otra. Un general de cuartel, un oficial de reemplazo, un subalterno en activo servicio, se encuentran, según la ordenanza, completamente a disposición del Gobierno, y el Gobierno puede cambiar el cuartel a un general, variar el reemplazo, a un oficial, o alterar la situación de servicio de un subalterno., Pues con sólo esto, el Gobierno, a medida que las circunstancias lo han exigido, ha ido desbaratando la conspiración isabelina esta no ha adelantado un paso, y ha ido deshaciéndose como la sal en el agua. Cada cambio de estos introducía en la conspiración una gran perturbación no sólo por el [3829] elemento que se la quitaba, sino por la duda, la inquietud y la incertidumbre que se difundía en su seno. Pues bien, resultado de esto era que, cuando ellos creían contar con mayores elementos, no tenían ninguno: la conspiración no adelantaba.

¿Pero podía hacer lo mismo el Gobierno con los elementos de la conspiración carlista? No, señores; y la razón es muy sencilla. Cuando el Gobierno encontraba un, conspirador carlista, como no podía aplicarle la ordenanza, como estaba escudado con la Constitución y las leyes comunes, tenía que proceder con él de muy distinto modo que con el conspirador isabelino. Así es que al conspirador carlista no tenía más remedio que seguirle en su camino, observar sus pasos, estudiar sus planes y tendencias, calcular sus resultados, y en una palabra, hacerse como él, conspirador.

Y, señores, claro está que como el Gobierno no podía impedirlo, tenía que limitarse a ir preparando los medios de resistencia a medida que observaba los medios del enemigo; tenía que ir haciendo los trabajos de contramina a medida que adelantaba en los de la mina el adversario y si por fin estalló la rebelión carlista, el país ha visto que ha sido deshecha perfectamente, sin embargo de haber aparecido en muchas partes a la vez. Pero el Gobierno no veía perfectamente todos los movimientos de la conspiración; el Gobierno la veía nacer, crecer y extenderse el Gobierno la seguía en todos sus trabajos; el Gobierno por decirlo así, sentía todas las pulsaciones de la conspiración; y sin embargo, como se encontraba con los brazos atados, no tenía, más remedio que observar cómo se preparaba la rebelión carlista para emplear oportunamente, conocidos los elementos con que contaba, los medios de vencerla. Así es que quince días antes de estallar, el Ministro de la Guerra, a consecuencia de las noticias que teníamos los dos, dispuso la distribución conveniente de sus fuerzas; y cuando llegó el momento, apenas apareció una partida que no encontrase enfrente la fuerza que había de combatirla. Todavía el Gobierno, sabiendo el día que debía estallar la sublevación, no tomó medida alguna hasta el último momento, y cuidó de publicar la ley de público que habla de regir en aquellas circunstancias precisamente la víspera de estallar la rebelión.

Pues bien, señores: por esta razón pudo verificarse la sublevación carlista;. por esta razón ha podido estallar la rebelión republicana; que ni la una ni la otra. habrían estallado si el Gobierno no hubiese respetado hasta la exageración el ejercicio de los derechos individuales.

¡Y todavía, señores, se nos viene a decir aquí que hemos atropellado los derechos individuales! ¡Y todavía se nos viene a acusar aquí de haber violado las leyes, de haber ultrajado la Constitución, de haber pisoteado las garantías de los ciudadanos! ¡Ah, qué triste es en momentos dados para el Gobierno el verse tratado como se ha visto el Gobierno actual! Cuando, yo, a las últimas horas de la moche, me quedaba sólo en mi despacho para estudiar, confrontar y comparar unos con otros los partes que por diferentes conductos recibía y las confidencias que se me habían hecho; cuando veía extenderse la conspiración; cuando observaba los elementos con que contaba; cuando tenía noticia de las grandes esperanzas que tenían los conspiradores, y los grandes elementos con que creían contar; cuando yo recordaba lo que ha pasado a otros Gobiernos, y cuando, al mismo tiempo, asaltándome el temor: de que pudiera encenderse en mi Patria la guerra civil, venían a mi mente los recuerdos de aquellos siete años de lucha fratricida, en que cada liberal era una víctima; los recuerdos de aquella época de saqueo y de devastación que tuvieron que atravesar nuestros padres; y veía desgracias para las familias, horrores para el país, la pérdida del crédito, nuestra revolución malograda perdidos tantos sacrificios; y cuando por otra parte pensaba que con solo 49 partes telegráficos a los gobernadores de las provincias se hubiera podido deshacer todo en un instante, ¡cuántas veces, en caso tan doloroso, me pesaban esos derechos individuales como una losa de plomo. Pero tuvo el valor, lo tuvo también el Gobierno, para arrostrar esas amarguras y para arrostrar también el dolor de conciencia de que por no evitar lo que tan fácilmente podía evitarse, podríamos tener que lamentar nuevos horrores, nueva sangre, nuevas ruinas y nuevos escombros. ¡Ah, señores! Mucho valor se necesita seguramente para ver levantarse las nubes, para ver formarse la tempestad, y permanecer impasible y tranquilo, esperando a que el fuego del cielo estalle y a que el estallido del fuego produzca males inmensos, que podían entonces remediarse, pero que tal vez después no fuera posible remediar.

Pero a Gobiernos que han hecho esto, a Ministros que esto hacen, y que lo hacen sin dolor de haberlo hecho, porque no nos pesa haberlo hecho; a Ministros que de esta manera se conducen; a Gobiernos que así se portan y de tal manera respetan la Constitución, se les califica en los términos que vosotros los calificáis; y de ellos se dice que son reaccionarios y se añade que no ha variado la situación, que la actual no es ni más ni menos que la de González Brabo; y de mí, por fin, se dice que soy otro González Brabo, que nada respeto y que lo violo todo, ¡Ah señores! O no hay buena fe al decir eso, o hay una solemnísima injusticia.

No, Sres. Diputados; el país nos hace justicia. Por más que ciertos periódicos digan lo que les parezca; Por más que los descontentos prediquen lo que les place, el país ve prácticamente lo que pasa, el país ve que el Gobierno no se mezcla en lo que no debe mezclarse, y que el ciudadano honrado y pacífico puede hacer dentro de la ley todo lo que podría hacer en el país más libre de la tierra.

Pero ¿qué cuenta os tiene, señores republicanos federales, qué cuenta os tiene el extraviar de esa manera a las masas, ya desgraciadamente demasiado extraviadas ¿Qué habéis ganado con eso, republicanos federales? ¿No conocéis que ésa es vuestra perdición y nuestra perdición? ¡Ah, señores! Si fuera verdad que yo abrigo odio hacia vosotros; si fuera cierto que yo os aborreciera, y si no tuviera en cuenta la suerte de mi país, no pediría más que una cosa: no pediría más para vuestro castigo y para vuestro remordimiento que el triunfo de las masas que ahora están en los campos con las armas en la mano.

Qué yo he tenido menos consideración a los republicanos que a los carlistas; qué el Gobierno no ha necesitado medidas preventivas contra los carlistas, y que ahora las pide para los republicanos. Señores, nosotros no la pedimos para los republicanos: no son republicanos lo que luchan; tampoco son carlistas; lo son todo; están dispuestos a serlo todo esos que se han lanzado al campo: en una guerra social; es una guerra de vándalos la que el Gobierno quiere evitar. Así que, cuando el Gobierno se dirige a vosotros, los de la minoría, y os pregunta si esta con ellos, lo hace de buena fe, lo hace para que no les de fuerza con vuestras reticencias, lo hace para salvaros de las garras de esas turbas, lo hace, señores, para salvar la sociedad.

Ayer decía el Gobierno que en la lucha con los carlistas, no tenía miedo respecto a su futura suerte, porque luchando un gobierno liberal contra la reacción, no se [3830] pone en peligro de que las circunstancias le coloquen en una situación a donde no quiere ir. El peligro está en que como toman una bandera que infaman y que ultrajan como toman una bandera que manchan; como el Gobierno no tiene que combatir a otros que malamente, y sin razón alguna, se llaman más liberales que él, natural es que el Gobierno tema que si la lucha se prolonga, que si las masas llegan a tomar alguna fuerza, se verá precisado un día y otro a combatir y a resistir, y podrá llegar a una situación a donde no quisiera llegar, porque el Gobierno es verdaderamente liberal, es sinceramente liberal, puede ni quiere ir a otra parte que a la libertad, y piensa hacer más que lo necesario para consolidarla definitivamente en nuestra Patria.

Los carlistas se han levantado en armas: han hecho mal, y se les ha castigado; pero, señores, hemos de hacer justicia: fuera de casos muy raros, los carlistas no han cometido atentado alguno. Y, señores, los que ahora se levantan, escudados con el nombre de republicanos federales, ¿qué hacen? ¡Me da horror el contarlo!

Esos con el nombre de republicanos federales; es que según el Sr. Marqués de Albaida, si llegasen al poder no necesitarían contribuciones; esos, no solo sacan las contribuciones, sino que sacan a los particulares lo que a los particulares pertenece.

Y no les basta a esos vándalos que los jefes de las familias se hallen ausentes o escondidos, porque impone una exacción a los habitantes del pueblo, y si no se entregan, maltratan a las mujeres, y las obligan a dar parte que correspondería a sus maridos.

Esos republicanos federales que se levantan en nombre de la república federal, que condenan en primer término la pena de muerte, y que siempre nos están impugnando porque dicen no tenemos valor para desterrar de una vez esa pena de nuestros códigos y nuestras costumbres, ¿sabéis cómo empiezan sus campañas? Pues imponiendo la pena de muerte a todo el que no siga su causa y es más, a todo el que de cualquier manera repare la gran devastación que van haciendo por todas partes.

Estos republicanos federales que se levantan bajo la bandera de la república federal, ¿cómo esperan a nuestras tropas? Pues las esperan con una mina de pólvora hecha en el túnel de un camino de hierro, preparada para estallar cuando pasase por ese túnel el tren que las conduzca. Esos republicanos federales se levantan en Sariñena y lo primero que hacen es soltar los presos de la cárcel Esos republicanos federales que quieren luchar bajo la bandera de la república federal, que se niegan a pagar las contribuciones y que predican que nadie debe pagarlas arrojan a palos de un pueblo a una gente que había ido a ejecutarlos de orden de la autoridad, y después hacen un monigote, lo ahorcan de un árbol que habían plantado en la plaza, de uno de esos árboles que se llaman de la libertad, y ponen en el muñeco un letrero que dice: Ejecutor de contribuciones: la misma suerte espera a todos los que vengan.

Esos republicanos federales, amparados con ese nombre, asesinan a los soldados de la Guardia civil, que fiados en la promesa que se les hace de dejarlos marchar salen del cuartel donde se habían encerrado, y matan a uno, hieren a otro, y los maltratan a todos.

Esos republicanos federales acaban de hacer lo que voy, a leer, según un parte que hace poco ha recibido el Gobierno.

Estaban en la ciudad de Reus, vieron que llegaban las tropas, y no teniendo valor más que para huir y devastar, en el acto abandonaron la población y fueron a Valls; y oíd, Sres. Diputados, lo que han hecho en Valls que es un pueblo liberal de siempre, que es un pueblo que ha hecho muchos sacrificios por la libertad, y que no es de esos pueblos reaccionarios que, habiendo sostenido siempre la reacción, ahora levantan la bandera de república federal. En ese pueblo, donde jamás la reacción logró poner su planta, esos caníbales han cometido horrores, matando 10 personas y quemando varias casas, así como el registro de la propiedad, y varios protocolos. (Leyó).

" Se han cometido horrores: 10 personas asesinadas; infinidad de casas quemadas; protocolos y registro de la propiedad incendiados."

Pues bien, yo os pregunto: ¿son esos vuestros compañeros? ¿Son vuestros amigos?. Yo creo que no; pero debe decirlo. (Varias voces en la mayoría: Que lo digan. Momentos de agitación (El Sr. Rebullida: pide la palabra.)

El Señor Presidente: Orden, señores, orden.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): No hay que perder la calma, Sres. Diputados. Yo prefiero los hechos: he expuesto la conducta de los que se han levantado en armas contra la Constitución del Estado: no ha hecho más que ser narrador de lo que está pasando en nuestro país.

Pues bien, Sres. Diputados: a estos que se han levantado en armas contra la Constitución del Estado; a esto que se han rebelado contra la soberanía de la Nación; estos que, pisoteando todas las leyes y atropellando por todos los derechos, quieren imponerse a la Nación por la fuerza; a estos son a los que yo censuraba ayer. ¿Sois por ventura de estos? Pues si no lo sois, no os censuraba ni ayer ni hoy; pero si lo sois, estoy en mi derecho y en mi deber como Gobierno, no sólo censurándoos, sino imposibilitándoos; porque si lo sois, si estáis con ellos, no podéis negar, y habéis de permitirme que os lo diga (porque ésta es la inflexibilidad de la lógica y no el que yo tenga ganas de insultaros), que si no estáis con ellos, estáis aquí como auxiliares, como cómplices; y deber del Gobierno es impedir y anular, no sólo a los sublevados, no sólo a los insurrectos, sino a todos los que son cómplices y auxiliares de los sublevados y de los insurrectos.

El derecho del Gobierno es tan claro y evidente, que no puede pasar por otro lado: vosotros haríais lo mismo que hace el Ministro de la Gobernación, a quien tanto censuráis, y tal vez haríais todavía algo más.

Y si ni el Gobierno ni las Cortes Constituyentes pueden permitir eso, porque si vosotros estuvieseis con ellos o que no creo, lo que es necesario que me digáis para que yo lo crea, lo que sucedería entonces es que la tribuna parlamentaria se convertiría en tribuna de insurrección y el Diario de las Sesiones en boletín revolucionario. Pero el Sr. Figueras ha creído que yo no había estado exacto en lo que dije ayer del suceso tristísimo de Tarragona. Siento volver sobre este punto, pero S. S. tiene la culpa de ello.

¡Ay qué desgraciada relación ha hecho S. S. de aquel suceso! ¡Ay qué triste defensa de tan distinguido abogado Ha venido a decir S. S. que el general Pierrad, como era sordo, no vio nada. Ese es el gran argumento, esa es la gran defensa que ha hecho S. S.: no vio nada el general porque era sordo, y sigue siéndolo.

Pero ¿quiere S.S. que yo le conceda que todo pasó al como lo ha contado S. S.? ¿Quiere que le admita el hecho tal corno ha pasado, según las noticias de su señoría? Pues se lo admito; pero siempre resultará lo que yo dije ayer. Ya ve S.S. si soy complaciente; admito lo que S. S. dice, no pasaron las cosas tal como han llegado a noticia del Ministerio. El infeliz secretario de aquel gobierno [3831] político no llegó al coche del general Pierrad, no se puso sobre la portezuela, no recibió un palo, no se sabe de quién, porque yo no lo sabía hasta que lo ha dicho S. S.: que le secretario quiso coger la bandera que llevaba el lema de la república federal, y que allí le asesinaron; pero siempre resultará lo que yo dije ayer, que ha habido un funcionario indefenso, que ha habido un funcionario honrado, que ha muero asesinado al pie de la bandera que llevaba el lema de la república federal, en medio del estado mayor que conducía ese estandarte, en medio del partido dirigido por ese estado mayor, sin que de ese partido a cuya cabeza iba, saliera un brazo honrado que detuviera al asesino, ni un corazón generoso que protestara en el acto contra tan terrible crimen. (Aplausos)

Ya ve le Sr. Figueras qué generoso soy; acepto las noticias tal y como S. S. me las da, no tal como las tiene el Gobierno; pero aún así, pregunto yo: en las circunstancias mismas que ha dicho el Sr. Figueras, cogiendo el secretario la bandera, ¿no es verdad, Sres. Diputados, que ha habido una víctima y un asesino en Tarragona? Pues bien, yo digo lo que decía ayer: la víctima todos la conocéis: ¿quién es, quién es el asesino?

Señor Figueras, yo no quiero decir nada del general Pierrad; yo no quiero agravar su triste situación; si no, yo le diría al Sr. Figueras cómo salió el Sr. Pierrad de aquí, cómo llegó a Tortosa, cómo salió de Tortosa, cómo llegó a Tarragona, y cómo y para qué volvió a Tortosa, y todo esto siendo general, siendo teniente general del ejército español, sin licencia y sin conocimiento de su jefe el Ministro de la Guerra, y faltando, por consiguiente, a la ordenanza. Pero repito que yo no quiero agravar la situación de ese desgraciado general, y no hablaré una palabra más sobre esto.

Pero después, decía el Sr. Figueras, el partido republicano ha protestado de ese atentado, el comité republicano de Tarragona protestó enseguida.¡Ah, qué tarde fue! Y en esos casos no hay tiempo que perder; debe protestarse en el acto: ¡sobre todo, cuando se trata de un crimen semejante, la mejor protesta es, el hecho de arrebata a los verdugos la víctima y de impedir que se llevara cabo el asesinato.

El argumento de S. S. cuando decía que tres carabineros bastaron, para arrancar la víctima de mano de sus verdugos, es un argumento que se vuelve en contra de todos los que formaban parte de aquella comitiva, quienes, teniendo autoridad sobre las masas, no quisieron aprovecharla para arrebatar la víctima antes de que cayera anegada en sangre.

Hay otra cosa grave. Se dice: "¿qué es lo que hizo el partido monárquico que tampoco acudió? " ¡Ah, señores! Fueron algunos monárquicos; pero ¿sabe S. S. lo que su sucedió? Los federales, o parte de los que se llaman federales (¿qué han de ser federales aquellos caníbales?), que cometieron el atentado, se quedaron guardando la víctima y formando un cordón para que nadie llegara a ella, y recibían con navaja, en mano a todo el que quería aproximarse. Cuando la infeliz víctima todavía alentaba y pedía agua no dejaban acercarse a nadie aquellos bárbaros, que amenazaban con sus puñales a los que querían dar el último consuelo al mártir de su deber, ¡al representante del Gobierno, de la ley y del orden!¡Que ha protestado todo el partido republicano federal! No, señores; hay una parte que no ha protestado; de esa parte quiero yo que seáis vosotros; si lo sois, el Gobierno no verá en vosotros enemigos de la sociedad, sino correligionarios políticos que tienen nobles aspiraciones. Pero hay otra parte del partido republicano federal que no sólo no ha protestado, sino que ha aplaudido el hecho.

Oigan los Sres. Diputados lo que dice un periódico republicano federal de Málaga, El Grito de la Revolución:

El asesinato del gobernador de Burgos, es decir, el acto de rebeldía contra el decreto del Gobierno, lo han castigado las leyes. ¿Quién castigará los actos de rebeldía del Gobierno?

Tocaba a las Cortes el hacerlo. ¿Los castigarán? No, porque las Cortes están en su mayoría vendidas a él.

Venid después de esto a hacer creer al pueblo que, no tenemos libertad de imprenta y que el Ministro de la Gobernación, es un tirano que ha ahogado a la prensa.

Continúa, el periódico:

¿Qué recurso queda para que estos delitos de lesa soberanía popular no queden, impunes?

Nuestros lectores se contestarán corno nosotros nos contestamos: el recurso de la insurrección y el juicio revolucionario para los culpables.

Esto ha sido lo que han hecho los tarraconenses. Se anticiparon, y han faltado. Lo que mañana acaso fuera un acto de justicia, hoy es un crimen.

¿Protesta, señores, todo el partido republicano federal del hecho del asesinato de Tarragona? ¿Veis como no, Sres. Diputados republicanos federales? ¿Veis como hay en vuestro, partido quien aprueba ese atentado? ¿Veis como hay una fracción que se llama como vosotros, y que lo sanciona y, aplaude concitando a la rebelión?

Qué es expuesto tirar piedras a tejado ajeno, decía el Sr. Pi y Margall con el talento que le distingue y con las formas generalmente templadas y elegantes que usa S. S.: es verdad; es peligroso tirar piedras a tejado ajeno cuando el propio es de vidrio; pero es que el tejado del Gobierno no es ahora de vidrio, ni tampoco el de los hombres que componen el Gobierno. El Sr. Pi suponía que los pactos federales tenían el mismo objeto, satisfacían las mismas aspiraciones, tenían las mismas tendencias, llevaban los mismos fines que los comités progresistas que en un tiempo se formaron, y eso no es exacto Sr. Pi: aquellos comités tuvieron siempre el carácter, no pudieron, según la ley, tener otro carácter que el de comités electorales, y como tales comités electorales vivían; pero respetando la unidad nacional, respetando la integridad del territorio y las bases fundamentales de la Constitución del Estado. ¿Qué me quiere decir S. S.: que en alguna ocasión pudieron faltar los comités electorales? Pues por el abuso no debe condenarse el uso; pero la ver dad es que aquellos comités podían funcionar entonces como podrían funcionar ahora, porque no tenían objeto alguno contrario a la Constitución del país.¿Sucede lo mismo con los pactos federales, con esos pactos. federales, en que lo primero que se proclama es el despedazamiento de nuestro territorio, donde lo primero que se hace es quebrantar la Constitución del Estado, fraccionando en cantones federales la Nación española, que quiere ser una y sola; unos pactos federales en los que se entra con la condición de atacar por todos los medios y de todas maneras la forma monárquica que la Constitución del Estado establece? ¿Pueden consentirse unas asociaciones en cuyos estatutos se establece como condición para, la entrada el comprometerse a atacar por todos los medios posibles, incluso el de la fuerza, lo que las Cortes Constituyentes tengan a bien acordar respecto, a la persona del rey? ¿Pueden consentirse esas asociaciones, en que como en el pacto de Valladolid, por ejemplo, se empieza [3832] por proclamar la legitimidad del derecho de insurrección sin cortapisa de ninguna especie? ¿Dónde está aquí el tejado de vidrio para que pueda romperse por la piedra que yo tire al Sr. Pi o al Sr. Figueras, si, como me dicen por aquí, fue, el Sr. Figueras el que hizo este argumento?

Los comités progresistas estaban perfectamente dentro de la ley, tenían el carácter que la ley les permitía, mientras que los pactos federales están fuera de la ley y contra la ley: podíamos nosotros, por consiguiente, fomentar aquellas reuniones dentro de la organización de nuestro partido; no puede el partido federal tener los pactos federales que están fuera de la ley y en contra de la ley.

La conducta del partido progresista en las sublevaciones que ha llevado a cabo; la conducta que el partido progresista ha tenido en esos casos, es la que yo deseo, lo que yo quiero que tengan los republicanos de enfrente, es la que su dignidad les aconseja tener. Desde el momento, señores, en que el partido progresista creyó, con razón o sin ella, que yo no vengo a discutir ahora esto que le estaban cerradas todas las puertas de la legalidad que le era imposible satisfacer sus aspiraciones por camino legal; desde el momento en que creyó esto y entró en el camino de la fuerza, y de la conspiración, dejó a los comités y lo dejó todo. Se ha objetado que los Sres. Figuerola y Candau estuvieron aquí, lo cual, no prueba sino que tanto el Sr. Candau como el Sr. Figuerola, en el uso de su libérrimo derecho de autonomía que tanto os gusta, se separaron del partido creyendo que podían venir a las Cortes cuando todo el partido creía que no debían venir: en esa cuestión de conducta se separaron del partido: pública y solemnemente lo dijo el partido progresista por medio de sus periódicos, y de la misma manera lo dijeron esos dos señores en los escaños del Congreso. "Nosotros, dijeron, venimos aquí solos contra la voluntad de nuestro partido, contra las aspiraciones de nuestro partido, completamente solos, bajo nuestra responsabilidad personal, sin que en nuestra conducta tenga relación alguna la colectividad del partido." Esto fue lo que dijeron los Sres. Figuerola y Candau. Y era cierto; porque desde el instante en que apelamos a la lucha material, puesto que por la legal nada podíamos conseguir, abandonamos por completo estos escaños.

Y, señores, que el partido progresista en ese punto estuvo unánime, que todos obedecieron, no sólo los progresistas que podían haber venido aquí, sino, los que se encontraban en el Senado, es que las dos individualidades que vinieron, lo dijeron claramente al partido: "Si el partido acuerda retraerse, dijeron, nosotros nos separamos del partido en esa cuestión, de conducta." Y llegó a tanto el rigor con aquellos Sres. Diputados, que al fin y a cabo no hacían más que usar de su autonomía, aunque yo crea que en realidad los partidos deben imponer tales castigos cuando de cuestiones de organización se trata que los periódicos progresistas, al dar cuenta de las sesiones y al copiar los extractos de los discursos que aquí se pronunciaban, hacían caso omiso de lo que decían eso dos Diputados en el Parlamento.

Por consecuencia, ¿quién tiene aquí el tejado de vidrio, Sr. Figueras, S. S. o el Gobierno? No os molestéis señores federales: en los individuos que componen este Gobierno no encontraréis contradicción ni respecto a principios proclamados, ni respecto a conducta. Yo que he sido siempre liberal; yo que lo soy y lo seré siempre; y que he hecho sacrificios por la libertad, pequeños si queréis y porque en mi pequeñez no puedo hacer cosas grandes, jamás en la prensa, en la tribuna ni en las, reuniones he prometido más de lo que he hecho como gobierno; y si no, decidme una cosa que yo. haya prometido como hombre político en la oposición y que no haya llevado a la práctica en el gobierno. Por consecuencia, os molestáis en vano cuando andáis buscando medios de mortificarme y de mortificar a mis compañeros, con que no hacemos que debemos o que hacemos lo contrario de lo que hemos ofrecido. Os molestáis en vano, señores federales, llamando reaccionarios a los Ministros que han observado conductas que nosotros venimos siguiendo. Si ante los peligros de la Patria, peligros que hubiéramos podido con jurar conteniendo a los que abusaban tan abiertamente de los derechos individuales, jamás ni por asomo pasó por nuestras mientes la idea de restringirlos en lo más mínimo, ¿por qué dirigís tan injustos cargos a los que tiene la historia de los hombres que se sientan en este banco?

Voy a concluir, Sres. Diputados, porque me parece que lo dicho basta y sobra para comprender la mala situación en que estáis colocados, y la buena en que se encuentra el Gobierno. Las medidas extraordinarias que éste pide, se necesitan para concluir pronto con ese mal que de durar mucho tiempo, a parte de las graves perturbaciones que traería para el país, podría traer también un peligro para el Gobierno, que es liberal, que quiere ser liberal, y que no puede ni quiere separarse un momento de la libertad. ¿a dónde ha de ir, señores, el Gobierno. actual sino a la libertad? ¿Qué otro camino le queda que su porvenir, su vida, su historia, su todo, está y no puede menos de estar en la libertad? ¿A dónde ha de ir ni por este ni por otro camino sino a la libertad? ¿a dónde ha de ir? ¿A echarse en manos de los isabelinos? ¿echarse en manos de los carlistas? ¿A. abrazarse a Cheste ¿a irse con Cabrera? Si eso sucediese, los individuos que componen el Gobierno no morirían asfixiados por la reacción; morirían asfixiados por la vergüenza. El Gobierno no tiene más camino ni puede ir por otro que por el de la libertad; y no ha querido ni puede querer otro, porque no hay para él más camino que el de la libertad.

Lo que sí quiere el Gobierno es acabar pronto con este estado de perturbaciones; lo que sí quiere el Gobierno es que no deshonremos la revolución; lo que sí quiere Gobierno es acabar pronto, más que con las fuerzas que materialmente nos perturban, con ese malestar que está aniquilando a la revolución y que acabaría por matar a la Patria, pero por matarla con la muerte más ignominiosa con una de esas muertes que dejan tras sí largos años de perturbación, de servilismo y de vergüenza. (Bien, bien).

 



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